Autor: Pedro L. Pascual
En nuestros días, cuando la sociedad se rige más que nunca por el dinero, las apariencias y el poder; cuando la agresividad y la competitividad son aptitudes muy apreciadas en una nueva escala de valores, los individuos se ven obligados a endurecer sus sentimientos, a resistirse a la nostalgia y al sentimentalismo, para vivir el presente y pensar sobre el futuro sin apoyarse en lo pasado, y poder seguir adaptándose al medio en que les ha tocado vivir y no desentonar en público, ante sus competidores.
Pero hay que resistirse a esta situación tan poco natural en la raza humana. Conocer o recordar la Historia, nuestra historia, es parte indispensable en nuestra formación cultural. La Historia es el germen de nuestra vida actual y de nuestro futuro, para bien y para mal. Olvidar o despreciar situaciones, hombres y nombres pasados nos dejaría sin fundamentos para comprender mejor hoy nuestra forma de vida, nuestro carácter y nuestra forma de actuar y pensar.
Un elemento importante de nuestra reciente historia a recordar es la peseta: pequeños discos de metal y pedazos de papel, necesarios y, a veces, codiciados, que a través de 133 años de existencia han ido recogiendo los acontecimientos políticos, religiosos y económicos de nuestro país, convirtiéndose en piezas fundamentales de la iconografía popular.
Cuando esos discos metálicos o papeles artísticamente ilustrados representando a la peseta acaban de dejar de pasar por nuestras manos como medio de pago, para ser sólo atesorados por los coleccionistas, y sustituidos por el primer gran invento de este nuevo siglo, el euro, bueno será ponernos un poco nostálgicos para recordarla y homenajearla, y porqué no, para añorarla, aunque sólo sea porque nos ha acompañado durante toda nuestra vida, y porque para algunos ha sido indispensable herramienta en su trabajo desde 1962, cuando la peseta se abrió al mundo al hacerse divisa convertible.
La peseta nació oficialmente el 19 de octubre de 1868 como unidad del sistema monetario español. Su valor equivalía a cuatro reales, al del franco francés y al del resto de las divisas de la Unión Monetaria Latina, creada en 1865, y a la que finalmente España no se adhirió. La introducción de la nueva moneda sirvió, entre otras cosas, para poner orden en el caótico sistema monetario del país, ya que en aquellos tiempos coexistían, mejor o peor, más de ochenta monedas de curso legal. Atrás quedaban viejas denominaciones, como el real, moneda de plata que desde el siglo XIV hasta mediados del XIX fue la unidad del sistema monetario; el escudo de plata, creado en 1864, que equivalía a 10 reales o a medio duro y su circulación sólo duró 4 años.
Con anterioridad, entre 1808 y 1813, ya había circulado dinero con el nombre de peseta –derivado de la palabra catalana «peçeta»– inscrito textualmente, eran monedas emitidas en Barcelona por José Bonaparte durante la Guerra de la Independencia.
Las primeras piezas de peseta, como unidad monetaria única, se acuñaron en 1869 en la Casa de la Moneda de Madrid, la actual Fábrica Nacional de Moneda y Timbre-Real Casa de la Moneda, centralizando años más tarde toda la producción monetaria, que anteriormente se encontraba diseminada por varias casas de moneda o cecas.
Curiosamente, en el anverso de algunas piezas de una peseta de plata que circularon, figuraba la inscripción de Gobierno Provisional, en lugar del de la nación, España. Anverso que, sin esa inscripción, con la personificación de Hispania, recostada sobre los Pirineos, con el Peñón de Gibraltar a sus pies, y una rama de olivo en la mano derecha, ha sido reproducido en la moneda de 100 pesetas y en la conmemorativa de 2.000 pesetas en plata, ambas emitidas en el año 2001, con las que finalizaba la acuñación de monedas de nuestra ya vieja unidad monetaria.
En el anverso de las monedas de 1, 2, 5 y 10 céntimos figuraba un león rampante (o cosa parecida) sosteniendo el escudo ovalado de España. Este diseño dio lugar a otorgar el nombre de “perra gorda” y “perra chica” a los diez y cinco céntimos, respectivamente, al ver la gente un perro donde había un león.
Restaurada la monarquía en 1971 con Amadeo I, los anversos de las monedas sustituyen la representación de Hispania por la efigie real y el elemento identificativo de la dinastía italiana, la cruz de Saboya. Realmente sólo circulo las monedas de 5 pesetas, los “amadeos”.
La restauración de la monarquía borbónica de 1875 restablece los símbolos y emblemas de la monarquía en las monedas. La corona real reemplaza a la corona mural del Gobierno Provisional y se añade al escudo de España las tres flores de lis de la Casa de Borbón.
Entre 1888 y 1906, algunas monedas, todavía de plata, representando al rey Alfonso XIII, serían conocidas popularmente como “pelones”, “bucles”, “tupés” o “cadetes”, atendiendo al corte de pelo que llevase la imagen del rey o a las características del grabado. En 1927 se acuña la primera moneda española con perforación central, 25 céntimos de cupro-niquel, “un real”.
La Segunda República introduciría en las monedas motivos acorde con el carácter político del nuevo gobierno. Es en este período, concretamente en 1937, cuando aparece la peseta amarilla de latón, “la rubia”, lo que supone la desaparición de las monedas de plata, cuya última acuñación se había realizado en 1933, siendo a partir de entonces el cobre, el aluminio y el níquel los que formarán la base de las aleaciones.
La Guerra Civil dividió a la unidad monetaria en dos pesetas, también enfrentadas, la republicana y la nacional. Cada zona emitió sus propias monedas, vales o bonos, con símbolos y lemas muy diferentes: “Gobierno de Euzkadi”, “República Española”, cabeza o figura alegórica de la República, en dicha zona, y “España. Una. Grande. Libre”, el yugo y las flechas en la zona nacional.
Con la llegada de Franco al poder, vuelve a cambiar la tipología de las monedas, destacando entre ellas la de una peseta, de cobre, con el retrato de Franco (1947), modelado por Mariano Benlliure; la de 5 pesetas de níquel, “el duro” (1949); la de cincuenta céntimos en cupro-níquel perforado “dos reales” (1949); la de aluminio casi puro de 5 y 10 céntimos, las “el jinete” (1953), copia de una moneda hispanorromana, y la de 100 pesetas de plata (1966), también con la efigie de Franco, pero en esta ocasión obra de Juan de Ávalos, que prácticamente no circuló, ya que su valor intrínseco era muy elevado.
La restauración de la Monarquía, y con ella la vuelta a la democracia, no produce, en un primer momento, grandes cambios en las características físicas y dimensiones de las piezas, aunque ya en 1975 se incorpora la imagen del rey don Juan Carlos, manteniendo en el reverso algunas de las anteriores iconografías, como el Escudo de España con el águila de San Juan, el yugo y las flechas, símbolos que serían sustituidos inmediatamente por el Escudo coronado.
El primer conjunto de billetes españoles en pesetas (25, 50, 100, 500 y 1.000) se emitió con fecha 1 de julio de 1874, aunque no se puso en circulación hasta un año después. En ellos se incluyen personajes de la vida real: el retrato del grabador valenciano Rafael Esteve, pintado por Goya, en el anverso del ejemplar de 50 pesetas; el retrato del arquitecto Juan de Herrera, con una vista del Monasterio de El Escorial en el de 100 pesetas; un retrato de Goya en el de 500 pesetas, y por último, en el de 1.000 pesetas el busto del pintor Alonso Cano. Esta emisión se confeccionó en el propio taller del Banco de España, coincidiendo con la concesión que le daba el derecho en exclusividad a emitir billetes, hasta entonces compartido con otros bancos. Con esta emisión se inicia la práctica, que duraría hasta 1976, de que las emisiones se compongan de ejemplares de los anteriormente referidos cinco valores.
Una creciente demanda de billetes por parte de los usuarios y la dificultad para que el taller instalado en el Banco produjera una emisión voluminosa, hizo necesario encargar a la casa Saunders de Londres, primero, y a American Bank Note, de Nueva York, un año después, la confección de muchos billetes, estos últimos con una apreciable similitud con los billetes americanos, así como a la británica Bradbury, Wilkinson & Co., que prácticamente fue el impresor exclusivo de billetes en pesetas durante los primeros cuarenta años del pasado siglo. Dependencia de talleres del exterior que duró hasta 1941, fecha en que la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre pasó a ser la única entidad proveedora de billetes en el país.
La Guerra Civil provocó el caos, también en el sistema monetario español. Los dos bandos emitieron sus propios billetes, muchos de los cuales no tuvieron ningún valor una vez finalizada la contienda. Pero, además, muchas pequeñas poblaciones de la llamada «zona roja» emitieron su propia moneda divisionaria para ser utilizada localmente. Billetes rudimentarios que sustituían a las monedas de plata, atesoradas o retiradas por los propios bancos oficiales de los dos bandos, para adquirir material bélico.
Uno de los medios de pago más originales utilizados en la zona republicana, ante la falta de papel y tintas para fabricar billetes, fueron unos discos de cartón, elaborados por la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre, que llevaban adheridos sellos de correo normales o creados para este fin.
La principal novedad que se introdujo en el año 1976, ya en el reinado de Juan Carlos I, fue la puesta en circulación del primer billete de 5.000 pesetas, que se dedicó al rey Carlos III, bajo cuyo reinado se creó el Banco de San Carlos. Fue el último en el que figuraba la leyenda “pagará al portador”.
Dos novedades aparecen en la siguiente emisión, la de 1979. En el anverso del billete de 5.000 pesetas figura el retrato del rey, segunda vez en la historia del papel moneda español en la que aparece un rey reinante en un billete; el anterior fue Alfonso XIII. También figura por primera vez en los billetes el nuevo Escudo de la Jefatura del Estado. El tamaño de los ejemplares de esta emisión se redujo apreciablemente asemejándose a algunos de los europeos, en especial a los alemanes.
La emisión de 1985 trae otra novedad: el billete de 10.000 pesetas, en cuyo anverso figura el rey Juan Carlos y en el reverso el del príncipe Felipe, con dos perspectivas del monasterio de El Escorial.
Y, finalmente, la que ha sido la última puesta en circulación de billetes en pesetas, la de 1992, compuesta de cuatro denominaciones: 1.000, 2.000, 5.000 y 10.000 pesetas. El de 2.000 se puso en circulación el 24 de abril de 1992, coincidiendo con la apertura de la Expo’92 en Sevilla, y los demás el 12 de octubre de ese mismo año, en conmemoración del V Centenario del Descubrimiento de América.
Con esta somera Historia de la Peseta he querido refrescar los hechos más relevantes de los 133 años de la peseta, moneda que nació para incorporarse a una Unión Monetaria y muere porque hemos entrado en otra. Ahora ya sólo nos queda contemplar la “pela” en álbumes, como fotografías de distintas épocas de nuestra vida, y comenzar a vivir otra nueva, la del euro. No será lo mismo.
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